Mi primera experiencia Gay – Relato Erótico Gay

Aún recuerdo cuando tuve mi primera experiencia homosexual. Siempre había fantaseado con un chico como él. Inteligente, alto, delgado, pero de contextura atlética y barbado. Estudiaba Negocios Internacionales en una universidad muy ‘pupi’ de Medellín y lo mejor es que era adicto al sexo. Nos conocimos por unos amigos, pero no supimos que a ambos nos gustaban los hombres hasta que coincidimos en el baño de un bar. Ambos teníamos novia.

La sensación de tener un secreto me erizaba la piel y a la vez me excitaba mucho. Saber que estaba pecando, -si es que podría utilizar esa palabra-, me llevaba a los extremos más álgidos de mi relación con él y más cuando nuestras miradas se cruzaban en plena reunión de amigos, inmediatamente sabía que algo iba a pasar. En ocasiones cuando no aguantábamos más y queríamos ser más atrevidos, nos escondíamos unos minutos antes para besarnos apasionadamente. Los nervios en el estómago y el miedo al saber que podíamos ser descubiertos eran una sensación realmente increíble.

Una vez, en una de nuestras tantas reuniones de amigos, lo miré directamente a los ojos y él ante mi insistente mirada no tuvo otra opción que ir detrás de mí a los baños de la discoteca. Encerrados en el cubículo de escasos metros, logré observar cómo su erección iba ascendiendo a pasos agigantados, la mía no se quedaba atrás. Estaba deseoso por olerlo, tocarlo y lamerlo. Bajé su pantalón y me metí su pene en mi boca. Él con furia desenfrenada entretejía con mi corto cabello un nudo con sus dedos y suelta un gemido propicio para el momento. ¡Lo estaba disfrutando un montón!

Introduzco mis dedos en su boca y él los lame, desesperado porque tuviera la boca ocupada y evitar así hacer cualquier tipo de ruido. Su propia saliva sirve de lubricante, así que poco a poco él va jugando con mi ano. Al principio solo un roce, luego un dedo, después dos…

Me quito un segundo para sacar uno de los condones que siempre cargo en la billetera y se lo coloco con suavidad y mi lengua vuelve al ataque.

Me levanto y observo nuevamente su erección, dura y brillante por la saliva que la recubre. Sin soltarla, me doy la vuelta, le coloco el condón y me siento sobre su pene con cuidado. Entra con más facilidad de la que esperaba y él no puede contener el gemido que yo acabo de ahogar en mi garganta.

El calor se adueña de mi cuerpo y del suyo. Siento cómo su vientre hierbe bajo mi culo que cada vez se pone más caliente por la penetración. En mi mano, mi erección parece fuego.

Su mano se agarra a mi cadera, la otra a mi pelo, y me pone de pie, apoyado contra la puerta del baño. Sus caderas aceleran el ritmo y se mezcla con la música de la discoteca a medida que sus manos aprietan mi piel con deseo. Esta vez no soy capaz de contenerme ni él tampoco. Nos dejamos llevar por aquel frenesí de gemidos a medias y de gritos contenidos.

Su erección palpita con fuerza. Durante ese instante soy totalmente consciente de lo que está sucediendo. Su semen asciende en un orgasmo repitiendo el mío, que derramo sobre la puerta.

Nos reímos.

Me besa el cuello y ambos nos quedamos rígidos cuando la puerta del baño vuelve a abrirse ante la sensación de vértigo de ser descubiertos.

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